Sundown II

19:16:00

Pedro Carranza y Elia Cabrera
Mis abuelos.
     El amor de la vida de mi abuela fue Pedro Carranza, mi abuelo, quien murió de cáncer a la edad de 54 años, hace mucho tiempo. Yo no lo conocí, pero mi abuela se encargó toda su vida de crear una imagen casi viva sobre él.

     Ella podía hablar todo el día sobre mi abuelo, y repetía las mismas historias una y otra vez. Yo, las escuchaba cada vez con más atención, esperando detalles nuevos que raramente aparecían. Era como un monólogo aprendido. Un monólogo que extraño escuchar. 

     Recuerdo la historia de cuando mi abuelo la persiguió por toda la ciudad en transporte público y ella lo acusó con un policía de punto. En la década de los 20 existían policías que vigilaban en cada esquina de las ciudades, al menos en las esquinas más transcurridas, se les conocía como policías de punto. Él se quedó conversando con el policía mientras ella se alejaba caminando por Miraflores, en una Caracas que no tiene de igual ni las sombras.
Policía de punto
Fuente: pedrorreyes.blogspot.com

     Tampoco olvidaré cómo hablaba de sus detalles, de los ramos de flores y las cenas en restaurantes lujosos de Puerto Ordaz, de los largos viajes por tierra recorriendo Venezuela, de cuando intentó enseñarla a manejar y ella chocó el auto nuevo. De su perfecto inglés y su dominio de francés, su amor y dedicación con los animales, de sus ojos verdes y su postura elegante. Con cada historia me imaginaba perfectas escenas al estilo Casablanca, de amores eternos y pasionales. De los que muy poco se ven ahora.

- La vida es dura porque no te permite estar con quien quieres estar.

     Tampoco olvidaré cuando lo olvidó.
    Desde que enfermó no habló más sobre él. Simplemente es como si se hubiese borrado de su memoria el hombre de su vida, al que cuidó y amó hasta el último respiro. Quizás era como que sabía que iba a verlo pronto, que ya había hablado suficiente sobre él, que iba a darle espacio a otras historias. Fueron cuatro meses sin escuchar el nombre de mi abuelo salir de sus labios, rondar por la casa con su carácter desgarrador. 

     Ahora sólo hablaba de sus padres, Leonardo Cabrera y Juana Manzo. Los tiempos de mi abuela eran un reloj estropeado, iban de atrás hacia adelante y vuelta atrás sin control, por lo que mientras estuvo enferma siempre creyó que sus padres estaban vivos, esperándola en la casa donde se crió en San Pedro de los Altos. Incluso meses antes de enfermarse afirmó un par de veces haber visto a su madre rondar por la casa. Quizás no estaba tan mal de la cabeza y era cierto, su madre había venido a buscarla. 

Continuará...

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